Críticas de cine

Crítica: The Runaways. En medio de un vídeo musical

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Si los que alguna vez hemos disfrutado de la serie británica “Skins” creíamos haberlo visto todo en cuanto a adolescentes consumiendo drogas como si de caramelos se tratase, podemos darnos de bruces con el visionado del film de la conocida directora de videos musicales Floria Sigismondi: The Runaways.


Más popular por ser la responsable de los videoclips de estrellas del calibre de David Bowie, The Cure, Björk o Marilyn Manson, la realizadora ha apostado esta vez por un largometraje que intenta plasmar los comienzos de una de las bandas de rock más impactantes de la década de los 70. 
 
Menores de edad, talentosas, irreverentes y salvajes, The Runaways fueron consideradas como una auténtica mala influencia para los jóvenes de la época y, en consecuencia, como un verdadero éxito de masas a nivel internacional.  Un impacto mediático que su representante explotó al máximo hasta llevar a la banda a una situación insostenible que la condujo a su fin pocos años después.
 
Sexo, drogas, amistad, soledad, rabia y una abundante dosis de buena música conforman esta cinta estadounidense cuya representación, en su conjunto, no es más que la de la pérdida de la inocencia.
 
Y para plasmar todo un bum mediático, qué mejor elección que la de poner en la piel de las dos jóvenes que lideraban la banda, Cherie Curri y Joan Jett, a dos de las actrices preferidas por el público adolescente en la actualidad (casi completamente por su aparición en el fenómeno “Crepúsculo”): Dakota Fanning y Kirsten Stewart.

Y si bien la larga y brillante carrera cinematográfica de Fanning (durante la cual nos ha desgarrado el alma desde que contaba  con poco más de tres años de edad, con películas como “Yo soy Sam”) nos puede hacer sentir un mayor respeto hacia ella que hacia su hasta ahora insulsa compañera de reparto, Stewart ha tenido la oportunidad de demostrar en este film que quizá, y sólo quizá, la culpa de su continua e invariable cara de desprecio hacia el género humano no es otra que la adjudicación de un personaje del que poco más se puede sacar (sí, fans de Crepúsculo, hablo de vuestra Bella Swan).
 


 
Porque con su actuación de líder, de heroína, de la Joan Jett que condujo a un grupo de chicas, cuya vida flotaba a la deriva, a través del desagradecido mundo de la fama, de los adultos, de los logros y los fracasos, me atrevería a decir que Kirsten Stewart se ha ganado más la simpatía del público en un único film, que en todos los años que lleva trabajando junto a vampiros luminosos y depilados hombres lobo.
 
Un trabajo memorable, tan sólo ensombrecido por el brillo natural de Dakota Fanning. Esa actriz de eterno aspecto infantil, capaz de expresar en una misma escena inocencia, madurez, placer y dolor, ponerse en la piel de una preadolescente feliz y de un proyecto de mujer que se arrastra en la desesperada búsqueda de drogas.
 
Todo un fenómeno con un prometedor futuro por delante.
 
A destacar, las actuaciones musicales y los psicodélicos vestuarios con los que tan bien ha sabido jugar Floria Sigismondi, y que envuelven al film en un aura de continuo clip musical.

Marta C. Catalán

Foto, vídeo y gestión cultural. Aprendiendo a gestionar vías de escape al aburrimiento.

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