Críticas de cine

Crítica: «Nunca me abandones». La Inglaterra paralela de Kazuo Ishiguro

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Nos adentramos quizá en la historia de ciencia ficción más atípica de todos los tiempos, más parecida a un drama ambientado en la oscura y hermosa Inglaterra de la década de los ochenta que a un film centrado en la crianza de humanos como meros donantes de órganos.
 
Porque de eso se trata esta compleja cinta que Mark Romanek se ha atrevido a adaptar a partir de la novela del autor japonés Kazuo Ishiguro, “Nunca me abandones”, de 2005.
 
Un argumento que apenas se adivina cuando visionamos el tráiler, en el que se nos muestra a tres jóvenes que recuerdan lo que les pasó en un colegio interno en el que estudiaron de niños y en el que se les marcó cómo debían vivir sus vidas, cuál sería su destino.

En el film podemos ver que se trata de Ruth (Keira Nightley), Tommy (Andrew Garfield) y Kathy (Carey Mulligan), tres amigos que se criaron en un colegio de Inglaterra llamado Hailsham. Tres chicos que comparten un triángulo amoroso. 
 
Tres clones.
 
Porque eso es lo que son; clones de presidiarios, indigentes y prostitutas, creados con el único objetivo de ser donantes de órganos vivos durante su edad adulta, que habitan en un mundo en el que esta práctica está totalmente a la orden del día.
 
Desde su perspectiva de “cuidadora”,  Kathy narra, a sus veintiocho años, los hechos que la llevan a desempeñar el papel de cuidar de los otros clones durante sus procesos de donación, y que la conducen a presenciar la finalización de la vida de Tommy, su mejor amigo y el amor de su vida.

Como podemos ver, se trata de un film del género distópico centrado en la bioética, en el que se muestra una Inglaterra paralela en la cual, alrededor de la década de los setenta, la clonación humana ya está lo suficientemente avanzada como para organizar la sociedad de modo que todos estos muchachos tengan un lugar en ella. Colegios en los que crecer, lugares en los que formarse para ser “cuidadores” y centros de recuperación que los que mantenerse fuertes entre una donación y otra.
 
Todo bajo el estricto control de unos microchips que los obligan a cumplir el irremediable destino de “finalizar” sus vidas antes de llegar a la edad adulta.
 
Existe mucha literatura y material cinematográfico acerca de la clonación humana y sus consecuencias, pero quizá este film va éticamente más allá, planteando incluso la diferencia entre la “donación ética” y la crianza masiva de chicos en granjas, como si de animales se tratara, para emplear sus órganos.
 
Hailshman representa al primer concepto, constituyendo casi un hogar para estos niños, cuidándolos y enseñándoles a desenvolverse  en el escaso pedazo de mundo exterior que van a poder contemplar. 
 
Y todo esto siguiendo un único objetivo: demostrar que estos pequeños tienen alma.
 
Aspecto que poco le conviene ver a una sociedad que ya hace tiempo que olvidó, como bien explica la directora de Hailshman en la visita que Kathy y Tommy le realizan de adultos, lo que es morir de cáncer de pulmón o de alguna patología cardiaca (entre otras enfermedades).
 
Pero más que centrarse en los aspectos técnicos de una sociedad dominada por esta deshumanizada y egoísta visión de las cosas, la cinta nos muestra las consecuencias sufridas por los jóvenes que forman parte del grupo de seres humanos en desventaja.
 
Infantiles y desorientados hasta decir basta, con la tristeza marcada en sus ojos durante cada gesto y cada sonrisa, con la desesperación de no saber realmente quiénes son porque el conocimiento de su destino y de su rol social es demasiado horrible. 

Así son Kathy, Tommy y Ruth, al igual que otros chicos criados en las mismas circunstancias; sin un hogar, sin unos padres a los que tomar como modelo (imitando comportamientos vistos en televisión, en su lugar), y con la agobiante y continua sensación de estar viviendo una vida que pertenece a otros. Una vida que pronto va a tocar a su fin.
 
Y algunos, como Ruth, viven esta situación con rabia y celos, con el afán de tener a alguien a su lado, pese a quien pese, para no quedarse solos en el camino hacia la muerte. Otros, como Kathy, afrontan su destino con resignación, tratando de hacer lo más llevadera posible su vida y la de los donante, y viendo cómo Tommy le es arrebatado por una envidiosa Ruth.
 
Y Tommy…bueno, creo que todos lloramos con los desgarradores gritos de un magistral Andrew Garfield, preso de la impotencia y el pánico ante su inevitable final.
 
Diferentes reacciones. Tan diferentes como las formas que un ser humano tiene de afrontar, día a día, un paso más hacia el fin de su vida.
 
 
Una vida que no está mucho menos controlada socialmente que la de los clones del escritor japonés Kazuo Ishiguro, en esta cinta desbordante de humanidad y emociones.
 
Compleja y dolorosa como la vida misma.

Marta C. Catalán

Foto, vídeo y gestión cultural. Aprendiendo a gestionar vías de escape al aburrimiento.

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