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El Sermón de Fuego: una maravillosa oda contra la discriminación

El Sermón de Fuego es una trilogía fantástica encuadrada en los márgenes de uno de los subgéneros más populares de la literatura juvenil actual: la distopía. Sin embargo, y en contra de lo que podría parecer a primera vista, entre las líneas de Francesca Haig se atisba una especie de ensayo sociopolítico que, analizado con detenimiento, adquiere una profundidad crítica impresionante.

El contexto de la obra sitúa al lector en un mundo en el que un fenómeno denominado “deflagración” ha arrasado la civilización. La naturaleza nuclear de la tragedia ha causado una secuela que ha cambiado el modo de vida de los seres humanos: todos los partos son dobles, nace un gemelo ‘perfecto’, el alfa, junto con uno que sufre algún tipo de mutación y es estéril, el omega; ambos unidos con un vínculo que hace que, si uno muere, el otro también. Siempre se trata de un niño y una niña, y las mutaciones recaen sobre uno u otro género indistintamente.

El Consejo ha conseguido que los alfas culpen a los omegas de la deflagración, aunque realmente son los principales perjudicados

Los hechos se narran a través de los ojos de Cass, una de las pocas omegas cuyo defecto no es físico. En lugar de tener solo una pierna, seis dedos en una mano o dos bocas, su lacra es psicológica. Cass es asaltada por visiones contra su voluntad, algunas de ellas le muestran el futuro y otras, simplemente, anulan temporalmente sus sentidos con llamas, haciéndola partícipe una y otra vez de la deflagración que destruyó el mundo. Es una vidente.

La mitad ‘perfecta’ de la sociedad tiene el dominio absoluto sobre el resto, con el Consejo como aparato de gobierno. Sus políticas han llevado a los omegas a vivir en asentamientos en las tierras menos fértiles, con unas condiciones apenas humanas y obligados a pagar unos tributos abusivos. Las familias alfas abandonan a sus hijos ‘imperfectos’ a una edad pasmosamente temprana, y quedan a expensas de la acogida de sus ‘hermanos’ omegas.

El principal motivo de esta discriminación tiene que ver con que las mutaciones son vistas como un castigo por las prácticas que desencadenaron la deflagración. Tal es el miedo a dicha catástrofe, que la simple mención de cualquier reducto de la civilización anterior (probablemente basada en el presente siglo XXI) resulta aterradora. Los restos de las ciudades destruidas son lugares prohibidos y la electricidad –“lo eléctrico”, en palabras de alfas y omegas- es un fenómeno tabú.

Partiendo de este marco situacional, comienza una mordaz crítica de las sociedades humanas, cuyo elemento más interesante es el hecho de estar realizando un análisis a través del paralelismo con una población que ha tenido que construir sus relaciones de poder desde cero. De esta forma, Francesca Haig demuestra que las diferencias entre privilegiados y reprimidos no son más que imposiciones, diseñadas por los poderosos para justificar y mantener su posición, sin ningún fundamento consistente; ya que, si estas desigualdades fuesen algo necesario, fruto de la propia naturaleza humana, se repetirían en todas y cada una de las sociedades.

Machismo, homofobia y otras fábulas

Los ideales patriarcales, principal sustento de muchas estructuras de poder occidentales, son los que caen con más facilidad bajo las igualatorias letras de la autora. Y es que, cuando el lector se quiere dar cuenta, está inmiscuido en un mundo en el que las mujeres gozan de exactamente las mismas oportunidades que los hombres y… ¡sorpresa!, su protagonismo en los órganos y acontecimientos más decisivos supera al de ellos. Cass, Zoe, Sally, Paloma, la Confesora, la General o Elsa demuestran que, cuando las trabas recaen sobre ambos géneros por igual, desaparece cualquier tipo de superioridad masculina.

Extrapolando los términos de la trilogía a la actualidad de Occidente, todo el peso de las ’mutaciones’ lo siguen llevando las mujeres y, hasta que eso no deje de ocurrir, no habrá igualdad.

El Sermón de Fuego demuestra que el machismo y la homofobia no tienen ningún fundamento real

Lo mismo ocurre con la homofobia. Zoe y Paloma -dos de las protagonistas más importantes- son abiertamente homosexuales, y en ningún momento se menciona su condición sexual como un factor de sus personalidades que merezca ser reseñado, igual que no se hace con los personajes heterosexuales. Por si quedaba alguna duda, el tema queda zanjado en una conversación que mantiene Cass con el Maestro de Ceremonias. En ella, este tacha de “tontería” la posibilidad de que no acepte la relación entre Zoe y Paloma por el hecho de que ambas sean mujeres. El diálogo enfrenta a un alfa marcadamente conservador, que forma parte de un Consejo que está matando de hambre a sus gemelos, con una omega que lucha por una revolución que dé un vuelco al sistema establecido. Esta abismal diferencia de mentalidades es un marco perfecto para demostrar que la homofobia no encaja con los fundamentos de ninguna ideología, porque no es más que una forma de discriminación vacía de contenido.

El gobierno del miedo al diferente

Francesca Haig ha demostrado, con una rotundidad impactante, que dos de los tipos de segregación más expandidos hoy en día no tienen pies ni cabeza. Pero lo maravilloso de estas tres novelas es que van más allá. La lucha encarnizada de la resistencia omega contra un régimen que les trata como si fuesen deshechos de una humanidad solo conformada por alfas, sirve para destapar los deplorables métodos a través de los cuales se construyen las supuestas diferencias que, posteriormente, serán vilmente utilizadas para establecer una discriminación sistemática que asegure la continuidad de los privilegios de una parte de la sociedad en detrimento del resto.

Una de las grandes genialidades de la obra consiste en hacer que víctimas y verdugos guarden una relación extremadamente estrecha, hasta el punto de que alfas y omegas nacen y mueren inevitablemente juntos. De esta peculiaridad surgen todos los conflictos que alimentan la acción narrativa, ya que el Consejo maltrata sistemáticamente a los omegas, pero no puede excederse porque el vínculo gemelar hace que esté en juego su propio bienestar.

Resulta asombroso comprobar la claridad con la que se demuestra que, con tal de mantener sus posiciones de poder, los privilegiados son capaces de relegar a sus propios hermanos a lo más bajo.

Las novelas elevan al máximo exponente el sinsentido de la discriminación, dejando al descubierto que las inferioridades morales o físicas que sirven de justificación a la hora de oprimir, no son más que constructos mentales diseñados e impuestos por los mismos grupos que, a posteriori, obtienen beneficios de su propio sistema de desigualdades. Cass, siempre clarividente, deja algunas frases que bien podrían haber salido de la mente de un sociólogo, en las que evidencia que las dificultades de los omegas no forman parte de su naturaleza, sino que son un lastre originado por las políticas de los alfas. “No soy tan tonta como para negar que las deformaciones sean una losa, pero el verdadero problema [de los omegas] son los asentamientos, los tributos, los toques de queda, los latigazos…”.

La discriminación es un instrumento que permite a los privilegiados mantener sus posiciones de poder

Mujeres, inmigrantes, homosexuales y muchos otros grupos sociales son el equivalente real de los omegas y, de la misma forma que ocurre en la ficción, las razones por las que han sido históricamente discriminados carecen de fundamentos sólidos. El Consejo alfa necesita alimentar esa falsa distinción, en cuanto que única justificación para su hegemonía. Los propios ciudadanos alfa quedarían aterrados si llegasen a conocer las intenciones de sus gobernantes, convencidos de meter a todos los omegas en unos tanques que, además de utilizar “lo eléctrico”, sumirán a sus hermanos en una especie de coma inducido de por vida. El muro del miedo al diferente es lo único que evita que estas prácticas salgan a la luz, construido sobre una base que no soportaría ni medio análisis lógico: los omegas son los culpables de la deflagración, así que hay que alejarse de ellos. Sí, esos mismos que sufren en mayor medida sus consecuencias.

Es sonrojante la manera en la que la ficción golpea al lector con la dura superficie de su propia realidad reflejada en otros personajes, y es que los inmigrantes/refugiados sufren un trato peligrosamente similar: se ven obligados a huir de sus países por conflictos impulsados desde el primer mundo y, si consiguen llegar a su destino sin morir en el intento, se encuentran con que las mismas personas que se lucran con la sangre de sus familiares les culpan de todos los males de un lugar al que acaban de arribar.

La aparición de Paloma y la confirmación de la existencia de Otraparte, un lugar en el que se ha descubierto que terminar con el vínculo gemelar es posible, pero conlleva que pueden aparecer mutaciones leves en cualquier persona, desencadenan una serie de acontecimientos en los que el Consejo queda retratado. Terminar con los nacimientos y las muertes dobles es el objetivo primordial hacia el que se dirigen todas sus políticas, pero cuando esa posibilidad se hace real, la General y Zach –principales dirigentes del Consejo- se dan cuenta de que acabar con la exclusividad de las mutaciones haría desaparecer la dicotomía alfas-omegas. A cambio de poder vivir una vida libre, todas las vejaciones que les han sido permitidas quedarían deslegitimadas, y las consecuencias de la deflagración recaerían sobre unos y otros con el mismo peso.

La música escapa de toda censura. Es esperanza para el oprimido

En ese momento, el Consejo decide provocar otro desastre nuclear para destruir Otraparte antes de que sus conocimientos lleguen a manos de los omegas, sin importar los cientos de miles de vidas que vayan a llevarse por delante. Esto supone la confirmación rotunda de que, en realidad, la única meta que persiguen es la continuidad de su sistema; el resto son simples instrumentos políticos con los que distraen a la sociedad, para evitar que los ciudadanos se den cuenta de que están siendo vulgarmente manipulados.

“Sin música, la vida sería un error”

Francesca Haig escribe con una crudeza que hace aún más dura una trilogía que, en el fondo, está diciendo que los seres humanos somos crueles por naturaleza y tendemos a ensañarnos con los grupos sociales más débiles. Escenas de niños asesinados masivamente, torturas inhumanas y experimentos dignos de la Alemania nazi se entrelazan con pequeñas historias que retratan el dolor que provoca cualquier represión, como la de Elsa, una mujer que lleva años cargando con el peso de no haber podido enterrar a su difunto marido. No obstante, hay un leitmotiv que va poniendo toques de luz entre tanta tiniebla: la música.

El papel de los bardos Leonard y Eva puede parecer ligero, ya que son personajes que aparecen de forma casi tangencial, pero encarnan el poder esperanzador de la música. La canción que estos componen sobre los tanques es la chispa que enciende el espíritu contestatario de la sociedad omega. La revolución triunfa, en gran medida, gracias al empuje invisible de esas estrofas; en esa misma línea, Cass empieza a disfrutar de la vida que le ha tocado cuando descubre que la canción está tomando vida propia, adaptándose y avanzando de forma paralela a los acontecimientos. La música es el relato que escapa de toda censura y permite que las generaciones venideras conozcan los porqués del contexto en el que viven. Es negarse a aceptar las injusticias. La música es, sobre todas las cosas, felicidad en los momentos en los que todo falla.

¡Compartid letrina!

El Sermón de Fuego es una trilogía que da lo que promete: aventuras, ciencia ficción y distopía; pero también tiene un premio maravilloso para aquellos lectores que no se conforman con quedarse en la superficie y bucean entre las líneas. Demuestra que discriminar al diferente es una doctrina que nos han impuesto para evitar que podamos unirnos contra los abusos de poder. Mientras nos matamos entre nosotros, los hilos de nuestras vidas son fácilmente manejables.

No hay mejor forma de resumir el espíritu de la obra que utilizar una frase de Cass, protagonista e idealista principal. “La política de segregación del Consejo había jugado un papel decisivo en su afán por alimentar la tensión entre alfas y omegas. Ahora, compartir una letrina podría hacer más para unir a dos personas que cualquier discurso grandilocuente”.

Dejad de mirar al otro con desprecio, puede que su cuerpo sea diferente solo porque ha soportado más penurias. Acercaos, compartid letrina con él. Vuestra visión del mundo cambiará rotundamente.

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