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Crítica: «Glee» (T3)

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¡Ya se acaba Glee! Pero no es el final del club. Sin embargo deberemos preguntarnos ¿Es eso bueno? Cuando nos dijeron que Glee tendría una cuarta temporada, todo parecía genial, pero cómo haces una cuarta temporada si vas a cambiar prácticamente todos los personajes?  Ya se ha hecho con otras series y por lo que sabemos de la experiencia… esto no suele salir bien.

Aunque de momento no es tiempo de mirar al futuro, ya habrá tiempo de esperar a ver lo que nos depara el comienzo de la cuarta temporada. Vamos a analizar la tercera, y como todos los finales, comienza con un principio.

El primer capítulo de la tercera temporada, esperado con ansia por los fans… decepciona. Es algo flojillo, aunque es cierto que la temporada entera está bastante bien, pero podemos afirmar que como la primera… ninguna. Los capítulos siguientes vuelven a introducirnos de nuevo en el McKinley High de Lima, Ohio. Hay nuevos personajes que aunque realmente no hacen mucho, tienen buen potencial que debería haber sido mejor aprovechado. Joe Hart (Samuel Larsen) podría haber tenido mayor trascendencia en un amorío con Quin, pero se queda demasiado abierto como para imaginarnos nada. Rory Flanagan (Damian McGinty) parece que se queda en la cuarta temporada, lo que es bastante positivo ya que los capítulos que se habían centrado en su historia son de los más entretenidos.

Esta temporada, que empieza y acaba con poca magia parece algo forzada, aunque conseguimos ver buenos capítulos como la salida del armario de Santana delante de todos, el tributo a Whitney Houston que es muy emotivo o el casi suicidio de David Karofsky que ha avanzado mucho desde que era el acosador de Kurt hasta que acepta su homosexualidad. Pero en definitiva a la temporada le falta magia, esa chispa que empezó cuando Glee eran jóvenes cumpliendo sus sueños. Ahora vemos a casi adultos buscando una salida porque han aceptado que sus sueños no se van a  poder llegar a cumplir, de hecho el capítulo final de la temporada es el más devastador. Qué clase de serie que empezó animando a los jóvenes para seguir sus sueños y hacerlos realidad acaba, con la protagonista “más importante” que es Rachel (entre comillas porque todos son prácticamente iguales en importancia) primero, fracasando en la audición, después cuando consigue su propósito se echa atrás por Finn, que se alista a la marina y termina por obligar a Rachel a ir a la Universidad y Kurt que merecía entrar tanto como Rachel se queda fuera. Así sin más.

Para empezar, impacta. Ese capítulo final, en el que esperas que todos cosechen sus éxitos, es el peor capítulo de toda la serie. Debería ser un capítulo para llorar, para despedirte de todos para cerrar tramas, para desahogarse… y acaba de forma tan fría, tan sosa…

Otro punto negativo para esta tercera temporada es el embarazo de Sue Sylvester, cuya edad indefinida, oscila entre los 30 y pocos y los 50 y muchos. Este personaje carismático, cruel, divertido, que es el antagonista de Will Schuester, que siempre mete baza en el Glee Club y espera que se hunda, lo que hace a los personajes volverse fuertes, se pierde por un embarazo ilógico. Se vuelve blanda, a veces incluso cariñosa y anima a todos. Sigue teniendo alguna salida buena, algún encontronazo con Roz Washington (Nene Leakes) que es entrenadora del equipo de natación sincronizada, pero ya no es la Sue Sylvester que era y decae en ser un personaje más.

Para ir ya terminando, hay que volver a nombrar que la próxima temporada es algo casi seguro y que esperamos sea algo mejor que esta, que vuelvan las canciones antiguas, las historias originales y se dejen de tópicos,  que vuelva la risa. Y para acabar con algo bueno: recordar a todos los personajes. La vida en el absurdo de Brittany, los planes retorcidos de Santana, la vagancia de Puck, la timidez de Tina, la soberbia de Rachel, la bondad de Finn, los problemas de Quin, las ruedas de Artie, los bailes de Mike, la voz potente de Mercedes, el pelo de Will Schuester y la crueldad irónica de Sue Sylvester.
A pesar de todo lo dicho, una serie para ver y disfrutar con sus más y sus menos. 

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