Críticas de literatura

Reseña: «Las estrellas, mi destino», de Alfred Bester

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Aquí comienza la aventura., ¿preparados?.

Pero antes, vamos a jauntear. ¿Cómo?, ¿que no sabes que es jauntear?; no pasa nada, lo explico en un momento:

Imagina que estas un viernes a mediodía en tu puesto de trabajo, no está el jefe, y francamente, lo único que quieres es largarte de allí. Piensas en esa playa paradisíaca en la que retozabas y te bañabas en tus últimas vacaciones hace ya varios años, te encantaría estar allí en este preciso momento. Te concentras en la cala solitaria, su emplazamiento, sus detalles…piensas fuertemente y ¡zas!, estás allí. No te preocupes, no llegas desnudo ni convertido en mosca, sólo apareces con la misma ropa con la que estabas en la oficina, y lo mejor es que puedes volver cuando quieras. Mola ¿no?.

El jaunteo se lo debemos a un investigador apellidado Jaunte que, a principios del siglo XXIV, tras prender fuego accidentalmente a su lugar de trabajo, y a punto de morir, apareció súbitamente delante de un extintor atravesando 20 metros ante la sorpresa de sus compañeros.
La humanidad en aquella época había colonizado la mayor parte del sistema solar y, obviamente, el descubrimiento de la teletransportación a voluntad por parte de cualquier individuo no fue más que el comienzo de una gran revolución, revolución en todos los sentidos, al principio cruel y violenta, luego ya cambió, como no podía ser de otra forma, a un avance de la civilización sin parangón.
Los coches, un siglo después, ya forman parte del pasado, sólo los compran y conducen gente muy muy rica, es un artículo de lujo. En cada gran ciudad hay montones de estaciones de teletransportación a modo de entradas de metro donde miles de ciudadanos se aglomeran cada día para ir a cualquier punto del sistema solar. De hecho, en el carnet de indentidad de cada ciudadano aparece su categoría de jaunteo (de la M a la V).
Pero el inconveniente está en que sólo puedes jauntear a sitios en los que hayas estado antes.
Imaginad por un momento que exista un individuo que no estuviese sujeto a esta limitación, que pudiese jauntear a cualquier punto de la galaxia, sin frontera física o temporal. Sería como un dios, sería el ser humano más poderoso que haya existido. Ese individuo, que no sabe que tiene ese poder, se llama Gully Foyle; sí, avispado lector, un homenaje al protagonista de la famosa obra de Verne en la que dan una vuelta por el mundo.
 

Gully Foyle es mi nombre,
y la Tierra, mi nación.
El espacio profundo es mi hogar,
y la muerte, mi destino.

 Este Gully Foyle se caracteriza por tres cosas:
Es muy alto y corpulento, si fuese un actor tendría el aspecto de un joven Liam Neeson.
Tiene el cerebro de un alcornoque, es un auténtico ceporrino, un cabeza de chorlito cuya máximo nivel laboral es ser ayudante de mecánico de tercera categoría.
La tercera y más importante cualidad es que tiene una fuerte e imparable motivación, esa motivación es la venganza.

Porque amigos, llevar ciento setenta días muriéndose en una destrozada nave de carga espacial a la deriva entre Marte y Júpiter es una putada, más aún cuando no te queda casi oxígeno, y la mayor de las putadas cuando ves con tus propios ojos cómo un crucero interestelar llamado Volga-T:1339 al localizarte pasa de largo dejándote que te pudras en el espacio.
Foyle jurará gritando, con el poco oxígeno que le queda, venganza.

Os parecerá que ya os he contado casi toda la novela, pero no, éste sólo es el comienzo.

“Las estrellas, mi destino”, también conocida como “¡Tigre, tigre!” en ediciones sudamericanas y una antigua edición española, es la novela más conocida y más redonda de Alfred Bester (1913-1987). Bueno, también es mi novela de ciencia ficción favorita, o si no, una de mis favoritas.
Alfred Bester es uno de esos casos típicos de escritores que tienen su momento de inspiración suprema que no vuelven a repetir nunca más. De hecho su producción literaria es bastante corta: en 1953 le dan el premio Hugo por “El hombre demolido”, novela mezcla de género detectivesco y ciencia ficción ambientada en una sociedad donde la telepatía es una cualidad comúnmente aceptada. También la recomiendo encarecidamente.

Luego en el 56 publica ésta “las estrellas, mi destino”, trabajando así mismo en guiones para radio y televisión. Curiosamente también fue guionista de cómics (Superman, Batman, Capitán Marvel) a finales de los años treinta, antes de meterse en la literatura, dato que confirma bastante el estilo y temática en la novela que os estoy reseñando así como en las escritas en su, digamos, vuelta a la literatura tras un parón de veinte años en la década de los setenta, produciendo novelas que, aunque entretenidas, bajan enormemente en nivel en comparación con sus dos primeras.
 De todos modos, cabe aquí también recomendar el recopilatorio de relatos cortos “Irrealidades virtuales”, con cuentos con mucha imaginación y talento, como por ejemplo el que se titula “Los hombres que asesinaron a Mahoma”.

Podríamos definir “Las estrellas, mi destino” como un tobogán en el que una vez te montas, te deja sin respiro y lleno de emociones hasta un apoteósico final, germen de lo que será la literatura de ciencia ficción New Wave de los sesenta y setenta. Es un libro lleno de viajes, aventuras, humor, que rinde culto a modo de guiño a los clásicos como “Los viajes de Gulliver”, y más concretamente a “El conde de Montecristo” del que roba maravillosamente parte de su argumento y que cimenta la evolución del personaje de Foyle.

No voy a entrar en narrar el argumento, ni siquiera algún detalle, porque realmente quiero mantener la envidia hacia aquellos que lo van a leer por primera vez, como ver una película de James Cameron sin haber visto ningún trailer.
Y es que este libro es un exceso creativo a todas luces: respira acción, vertiginosidad, barroquismo en las descripciones de su futuro imaginado, diálogos con gran ingenio y chispa, geniales personajes secundarios, tanto masculinos como femeninos, que hace que la lectura sea tan placentera como leer un cómic de tu superhéroe favorito: se hace corta pero sabes que algún día de estos lo volverás a leer.
Y reitero el tema del cómic, porque igualmente, aparte de ser una novela sublime, de culto para más de una generación, estoy realmente convencido que ha sido la novela de cabecera de los grandes guionistas de Marvel y DC en la década de los sesenta y setenta. Y no deja de ser paradójico en el sentido de lo que le ocurre al final a nuestro protagonista, ya que todo poder conlleva una gran responsabilidad.

En definitiva, te gustará si:

-Tienes la mente abierta
-Amas los cómics de superhéroes.
-Te gusta la ciencia ficción.
-De niño o adolescente leías a Verne, Swift, Dumas y no te da vergüenza decirlo en público aunque te vean como un viejuno.
-Ignoraste a los gafapastosos y trolls que criticaron la simplicidad de Avatar y la disfrutaste en el cine como un enano.
-Eres de los que piensa que todo viaje, por pequeño que sea, contiene una aventura.
-Eres de los que piensa que quien te la hace la paga.

No te gustará si:
-Tu mayor ilusión en la semana es ver el futbol con los amigos.
-El único libro que lees es el que pides al Círculo de Lectores.
-Lo tuyo son las novelas psicologistas intimistas de autores rusos del XIX.
-Te aburre la ciencia ficción.
-Te encanta parecer culto/a en las conversaciones con tus amigos hablando sobre el último premio Planeta que te has leído.

“Las estrellas, mi destino” lo tenéis en Editorial Gigamesh, en edición de bolsillo por 7,50€.

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