Críticas de cine

Crítica: «Tan fuerte, tan cerca». Ocho minutos de luz.

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"Si el Sol explotara, seguiríamos teniendo luz y calor durante ocho minutos."

Un poco más que esto es lo que tarda Oskar Schell (Thomas Horn) en asimilar la muerte de su padre (Tom Hanks), que murió durante los atentados del 11 S. Y es durante esos últimos minutos en los que todavía lo baña la luz de su presencia cuando emprende su última expedición, en busca de la cerradura que abre una misteriosa llave.

Una última investigación que no es sino el modo de despedirse de su padre y de dejar a un lado las fobias propias de su extraña personalidad, que han sido incrementadas por la cercanía de la muerte, a la que él se refiere con el eufemismo de "El peor día".

Y es así como un pequeño y brillante Thomas Horn sale cada mañana de sábado embutido en un gorro de lana y cuatro o cinco capas de abrigo, equipado con un kit de supervivencia y una relajante pandereta, a poner Nueva York patas arriba en busca de la dichosa cerradura.

Tan fuerte, tan cerca” (“Extremely Loud and Incredibly Close”) es una pequeña película (salvo por el estelar reparto, que cuenta con una Sandra Bullock en un nivel superior a la media de sus interpretaciones, y con un fugaz Tom Hanks) sin muchas ambiciones, que se ha ganado el una merecida nominación a los Oscar de este año contando una historia que muchos ya conocemos pero que guardamos en el baúl de pensamientos incómodos.

Y si bien el misterio de saber qué abrirá la llave es, en un principio, lo que nos mantiene pegados a la pantalla, no tardamos en vernos hipnotizados por la fascinante personalidad con que (director y guionista) han dotado al protagonista, haciendo de Oskar un adulto atrapado en el cuerpo de un crío de nueve años de mirada inquisitiva y transparente.

Y a su lado compartimos el dolor y el vacío de la pérdida, que tan bien retrata su director, Stephen Daldry, con una casa que se antoja enormemente grande y vacía; el miedo a la muerte que sigue a esta pérdida; y el descubrimiento de la vida a través de otras personas, tan diferentes entre sí como si cada una de ellas constituyera un universo en sí mismo, con su propia historia, sus extrañas costumbres y creencias.

La cámara de fotos de Oskar retrata a un matrimonio en pleno proceso de separación (atención al cameo de la ascendente Olivia Davis), a una mujer llena de niños, a otra que grita, a un hombre que abraza y a todo tipo de personajes surrealistas que le permiten llenar un álbum de recuerdos.

Excelentes fotografías como la que nos ofrece Stephen Daldry de un Nueva York mágico, variopinto y melancólico, que ha sido sacudido trágicamente y que aun así hierve lleno de vida.

Y acompañándolo en su aventura, el "inquilino". Un misterioso y mudo Max von Sydow que ocupa de forma intermitente una habitación de la casa de su comprensiva abuela y que jugará un papel importante en los ocho minutos de luz que desprende el fallecido padre de Oskar.

Ocho minutos. Algo menos de lo que suele costarnos asimilar una desgracia.

Marta C. Catalán

Foto, vídeo y gestión cultural. Aprendiendo a gestionar vías de escape al aburrimiento.

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