Críticas de cine

Crítica: La decisión de Anne. Conflicto bioético.

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La cantidad de niños que mueren estoicamente en el cine norteamericano, y la heroicidad con la que lo hacen, aumenta con los años que el celuloide lleva ofreciéndonos su pequeña y distorsionada versión de la realidad.
 
Con un argumento en principio prometedor desde un punto de vista bioético, los guionistas Jeremy Leven y Nick Cassavetes nos plantean una interesante pregunta. ¿Qué ocurre con un menor de edad cuyos padres fuerzan a someterse a una intervención en contra de su voluntad? Y, ¿dónde queda la dignidad del niño cuando sabe que ha sido traído al mundo sólo para salvar la vida de un hermano?
En este caso, la niña “recambio” es interpretada por la pequeña prodigio Abigail Breslin, en el papel de Anne, concebida únicamente para servir como donante de médula para su hermana Kate, que sufre un extraño tipo de leucemia. Pero a la edad de doce años, Anne se niega a someterse a una operación que la privará de uno de sus riñones, necesitado por su hermana cuando a ésta comienza a fallarle la función renal.  La pequeña busca la ayuda de un abogado que la apoyará en su camino para obtener la emancipación médica de sus progenitores, convirtiéndose así en la dueña de su propio cuerpo.
 
No obstante, la originalidad inicial del argumento se ve truncada por un giro inesperado. Para no terminar con la tradición de niños heroicos y mártires que plagan los Estados Unidos (pero sí con la paciencia de los espectadores), la “decisión de Anne”, con la que además se ha bautizado inexplicablemente al film, no es de su propia cosecha, siendo la cabeza pensante su moribunda hermana Kate. 

 

Así, la joven de quince años fallece, consolando a su propia madre (una Camerón Díaz histérica y agotadora en el papel de madre ciega por el dolor de la posible pérdida de su pequeña) y sin haber privado a su hermana pequeña de uno de sus órganos.
 
El film, gratuitamente lento en algunos puntos que dejan igual al espectador (como la larga e irrelevante escena en que el hermano mayor, Jesse, se pasea solo por la ciudad mirando escotes desenfocados), se recrea principalmente en los pequeños momentos de felicidad de Kate,  y en cómo es la propia sensación de lo efímero la que le hace disfrutar de cada pequeño detalle que la rodea, con una genialmente interpretada sonrisa en los labios.
 
Nada más lejos de la realidad. ¿Por qué en la gran pantalla se retrata con esa magia y esa felicidad, como si de pequeños santos se tratase, a todo niño que sufra una enfermedad más o menos grave? ¿De verdad un solo director, guionista o encargado de montaje del todopoderoso Hollywood se ha preocupado por pisar la sala de pediatría de un hospital? La respuesta es no. 
 
De otro modo, no tendrían ningún motivo para plasmar la confusa realidad con que un niño vive la muerte o la enfermedad como si de un viaje a Eurodisney se tratase. 
 
Sin pena ni gloria, y tratándose de otro argumento más truncado por la mentalidad políticamente correcta del cine de USA, la película no pasa de ser el típico vídeo que se pone en una escuela de cualquier disciplina de Ciencias de la Salud para ilustrar un ejemplo de medicina bioética.

Marta C. Catalán

Foto, vídeo y gestión cultural. Aprendiendo a gestionar vías de escape al aburrimiento.

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