Críticas de cine

Crítica: «Pina». Simplemente cine

Resumen de la Crítica

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Wim Wenders lo hizo otra vez. Siguiendo el ejemplo de su compatriota y amigo Werner Herzog –otro innovador nato–, el director alemán decidió utilizar la tecnología 3D, tan de moda por estos días, para homenajear la obra de su amiga, la bailarina y coreógrafa Pina Bausch, en una película inolvidable.

Lo que podría pensarse como un mero documental sobre la vida de Bausch es en realidad una hermosa oda a su trayectoria y, principalmente, a su persona. Aún más, se trata nada menos que de un ensayo sobre el cine, sobre sus limitaciones y posibilidades.

Sin recurrir a sentimentalismos baratos ni planos pretenciosos –como ocurrió recientemente con la decepcionante El Árbol de la Vida– Wenders demuestra que para desplegar talento no hacen falta grandes presupuestos sino amor, pasión y creatividad.

La película está protagonizada por los propios bailarines de la compañía de Bausch. Son ellos quienes nos hablan de su maestra y amiga a partir de los lazos de amistad que entablaron y remitiéndose también a anécdotas acerca de los métodos de aprendizaje y autodescubrimiento planteados por la coreógrafa fallecida en 2009.

En realidad, más que hablar nos lo hacen sentir. En lo que podría denominarse ‘entrevistas gestuales’, los bailarines son identificados en plano medio frontal, sin decir una palabra. Sólo los acompaña su propia voz en off y gestos –miradas, movimientos de los ojos, los hombros y la cabeza– que intentan transmitir lo que esa voz en off indica. Al fin y al cabo, no se necesitan palabras. Como explicita Pina en algún momento, las palabras pueden ser engañosas, el cuerpo nunca lo es. Qué mejor manera de expresarse que hacer lo que mejor saben hacer los bailarines: danzar.

Las coreografías son impactantes, así como la banda sonora, absolutamente sublime. Pero lo más interesante, y que surge inmediatamente durante el visionado de la película, es la belleza de los detalles. Porque Pina es un filme sobre los detalles. Un perfecto ejemplo de esto es uno de los segmentos en los que una pareja de bailarines de la compañía despliega su talento sobre las escalinatas de un parque. En pleno clímax dancístico, un pequeño insecto cruza casi imperceptiblemente el encuadre. Ese onírico momento es a su vez amplificado por el impecable uso del 3D que realiza Wenders.

Es claro que cada encuadre de Pina fue ideado para explotar al máximo este tipo de tecnología. No hay planos magnánimos ni efectos visuales para generar emociones en el espectador a partir del aturdimiento óptico, sino puro placer visual. Y también es evidente que el 3D fue elegido no sólo por ser un recurso redituable económicamente, sino que permite comprender de otra manera el filme. Después de todo, Pina Bausch era una persona multidimensional: triste y alegre a la vez, frágil y fuerte, rígida y cariñosa. Es impecable cómo el filme hace de la coreógrafa una figura mitológica pero a su vez la muestra vulnerable, débil, melancólica.

Y aquí entra en juego la lección clave de la película. Los detalles, el movimiento, la profundidad, los gestos y las miradas. Se trata nada menos que de elementos primigenios de los que se nutre el cine. Allí está la genialidad de Wenders, en encontrar ese nexo casi igualador entre la danza moderna y la magia del cine. Es el cine en estado puro. La belleza de un cuerpo que chapotea en el agua, que se retuerce en el barro, que se arrastra por una hilera de hojas otoñales en una tarde de primavera. Es cuando comprendemos la posibilidad del cine de transmitir millones de sensaciones en un pequeño y casi insignificante movimiento.

Pero, entonces, aparece Pina sobre una pantalla cinematográfica en un archivo fílmico proyectado desde un viejo aparato. Pina ya no está presente. Es necesario traerla de vuelta para encerrarla en el doble encuadre de la proyección ‘en vivo’ de la pantalla del cine y la proyección del filme. Y volvemos a comprenderlo. Comprendemos la imposibilidad del cine de abarcarlo todo; todas esas múltiples dimensiones tan propias de cada uno de nosotros que no se pueden transmitir con palabras ni cuerpos en movimiento, sólo si nos permitimos ser nosotros mismos.

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