Críticas de literatura

Reseña: «Fahrenheit 451», de Ray Bradbury. La temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde

Resumen de la Crítica

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Fahrenheit 451 es la historia de un hombre que vive cercado por su propia ignorancia, la historia de un inconformismo que termina convirtiéndose en rebeldía.

Montag, el protagonista, es bombero. Según la guía, los bomberos se establecieron en 1790 para quemar los libros de influencia inglesa de las colonias. El primer bombero fue Benjamin Franklin. Ya nadie recuerda que en otro tiempo apagaban incendios. Ahora, el cuerpo de bomberos se dedica a quemar las casas en las que encuentran libros. Los hombres que pasean, que charlan, que se detienen, son sospechosos. Un ciudadano normal conduce a 160 kilómetros por hora, trabaja, pasa su tiempo viendo la televisión, canturrea el nuevo anuncio de Dentífrico Denham. Eso es lo que los hace felices. Ser feliz es lo más importante. Pensar es malo. La gente no necesita estar preocupada. En palabras del Capitán Beatty, los bomberos son los Guardianes de la Felicidad.

Sin duda lo más interesante de Fahrenheit es el planteamiento del autor, sus reflexiones acerca de una sociedad futura muy similar a la nuestra. La prosa está cuidada y el ritmo de la novela es bastante ágil. Algunos puntos flacos podrían ser que varios monólogos de los personajes no son del todo pertinentes, ya que se utilizan a modo de explicación, y que el final resulta un tanto apresurado. No obstante,  lo verdaderamente relevante es la crítica o, más bien, la advertencia que se nos hace acerca del futuro.

En la distopía de Ray Bradbury la sociedad está dominada por la apatía. Nadie quiere saber nada. La mayoría ha renunciado voluntariamente a la Filosofía, la Política, la Literatura. Buscan consuelo en el zumbido constante de las pantallas, en el discurso sin sentido de los presentadores de televisión. Los bombarderos que surcan el cielo no le importan a nadie. Nadie se hace preguntas. Los ciudadanos han elegido el camino más fácil. Sus vidas son cómodas. Sin embargo, no son felices. Los intentos de suicidio son tan comunes que los atienden meros operarios. Los jóvenes buscan diversión en el asesinato. Se trata de una sociedad enferma de banalidad y conformismo.

Fahrenheit nos habla del peligro del triunfo de la mediocridad y la uniformidad. “Hemos de ser todos iguales. No todos nacimos libres e iguales, como dice la Constitución, sino todos hechos iguales. Entonces, todos son felices, porque no pueden establecerse diferencias ni comparaciones desfavorables”. La mayoría es una animal estúpido y bestial. “¡La terrible tiranía de la mayoría!”. Los pocos hombres sabios son descritos en el libro como una “extravagante minoría que clama en el desierto”. La ciudad representa esa realidad inventada en la que se vive, ese sueño de colores del que solo algunos, como Montag, consiguen despertar.

La tecnología es criticada solo por constituir el medio que permite mantener a los ciudadanos atrapados en esa telaraña de absurdos y trivialidades. El ocio de hombres y mujeres se ha plagado de películas vacías y vulgares, de espectáculos y retransmisiones deportivas. La vida hay que vivirla deprisa, moverse continuamente, de manera que nadie tenga tiempo para pensar. No hay tampoco lugar para el dolor. La muerte no se ve. No se llora por nadie. La única ‘familia’ es la familia que te habla directamente desde la pantalla, mientras permaneces sentado en tu “sala de estar”.

Lo más grave es que a este juego de ilusiones se han prestado todos de buena gana. Beatty, el Capitán de los Bomberos, dice que no hubo ninguna imposición ni censura por parte del Gobierno. A los ciudadanos simplemente hay que “darles la sensación de que piensan”. En el libro, una mujer se jacta de haber votado a un candidato a la presidencia porque era guapo, mientras que el otro era feo y parecía desarreglado.

El fuego y su simbología van a jugar un papel importante a lo largo de la novela. Se utiliza para destruir, pero también para purificar (“Quemémoslo todo, absolutamente todo. El fuego es brillante y limpio”). El fuego incinera todo lo desagradable: los libros, los cadáveres. Pero también calienta y permite nuevos inicios. Además del número 451, en los uniformes de los bomberos luce la imagen de un fénix, ave mitológica a la que uno de los personajes se refiere de la siguiente manera: “Hubo un pajarraco llamado Fénix, mucho antes de Cristo. Cada pocos siglos encendía una hoguera y se quemaba en ella. Debía de ser primo hermano del Hombre. Pero, cada vez que se quemaba, resurgía de las cenizas, conseguía renacer. Y parece que nosotros hacemos lo mismo, una y otra vez, pero tenemos algo que el Fénix no tenía. Sabemos la maldita estupidez que acabamos de cometer”.

La pregunta fundamental es ¿por qué son los libros odiados? ¿Por qué son una amenaza? ¿Qué hay en ellos que los hace temibles? Los libros intentan unir los distintos aspectos del universo para formar un conjunto con sentido. Nos muestran “los poros de la vida”, sus detalles y claroscuros. Un televisor es ‘real’, inmediato, nos dice lo que debemos pensar sin darnos tiempo a responder. El libro podemos cerrarlo, decirle que espere, replicarle. “Los libros están para recordarnos lo tontos y estúpidos que somos”.

La sociedad de Fahrenheit es una sociedad sin cultura, sin historia, sin recuerdos. Una sociedad anestesiada y amnésica. Por eso, cuando la guerra termine con su adormecimiento, serán los hombres-libro los encargados de recordarles quiénes son.

Esta magnífica novela de Ray Bradbury nos impele a descorrer el velo del conformismo, a pensar, a separarnos de la mayoría, a evitar los espejismos de los mass media y a dudar y a hacernos preguntas constantemente. Como reza la cita de Juan Ramón Jiménez inserta al principio del libro: “Si os dan papel pautado, escribid por el otro lado”.

De esta manera, si algún día hay una guerra civil y los gobiernos nos atontan con programas de televisión y los libros arden a 451 grados Fahrenheit, estaré preparada. Me transformaré en una mujer libro y siempre llevaré conmigo un pedazo de la novela de Ray Bradbury, por si algún día alguien, en algún lugar, la necesita. 

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