Críticas de cine

Crítica: «Anna Kerenina». La magia de los decorados

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Dirige Joe Wright (“Orgullo y prejuicio”, “Expiación: Más allá de la pasión”) y adapta Tom Stoppard (“Shakespeare in Love”) la novela del escritor ruso León Tolstoi: “Anna Karenina”.

Dos auténticos versados en films de época que se unen esta vez para hacer realidad en la gran pantalla este romance de la alta sociedad que muchos consideran como una de las obras cumbres del realismo.

Porque si de algo habla Anna Karenina es del romance; del amor comprado por un suculento puesto en las altas esferas sociales; del desliz extramatrimonial; del matrimonio deseado e imposible; y, en definitiva, de la prohibida y tormentosa relación en la que se embarca nuestra protagonista.

Diferentes tipos de relaciones que empiezan de formas muy diversas para terminar de la manera más inesperada. Al menos, para sus personajes.

Para el que no esté muy puesto en la novela, el argumento de “Anna Karenina” gira en torno a este personaje, la esposa de un alto funcionario del gobierno (el correcto Jude Law), que viaja de San Petersburgo a Moscú para convencer a su cuñada de que perdone la infidelidad de su hermano, el príncipe Oblonsky. Pero será en ese viaje cuando los encantos del joven conde Vronsky (un Aaron Johnson que no sale de su rol de rompecorazones) pondrán en la cuerda floja su propia felicidad…

Esta es la tercera cinta de época en la que Keira Knightley trabaja a las órdenes de Joe Wright; y esta es la tercera vez que la joven actriz despliega su gran talento interpretativo. Y si bien es cierto que los papeles que le toca desempeñar últimamente son bastante odiosos (véase “Nunca me abandones” o “Un método peligroso”), al menos, en esta, ha tenido la consideración de dejar a un lado los desnudos (para los que no sepan a qué me refiero pueden echar mano de Google).

Pero el caso es que se basta ella sola para llenar la pantalla, abriéndose paso a través de los decorados del gran teatro que conforma cada uno de los escenarios de la película. Una magistral escenografía que apuesta por el teatro dentro del cine, contando con las ventajas de ambas artes: la magia de los decorados y las infinitas posibilidades que permite el celuloide. Todo con la consiguiente adecuación del registro cinematográfico a una representación teatral, lo que, aunque da un sabor agradable a la cinta, en ocasiones resulta algo confuso en lo que a guión se refiere, costando una gran parte del metraje desentrañar elementos esenciales de la trama, como la relación familiar de los personajes, su condición social o incluso qué pintan en toda la trama.

Pese a todo, se trata de una adaptación digna de Joe Wright, cuyo sello lo que respecta a llevar novelas de época a la gran pantalla es ya una garantía de calidad.

Marta C. Catalán

Foto, vídeo y gestión cultural. Aprendiendo a gestionar vías de escape al aburrimiento.

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