Críticas de cómics

Crítica: «Sunny», fotografía de una infancia rota

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El autor vuelca emociones y vivencias propias en esta obra que trasciende el género.

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Esta es la obra más personal de Taiyô Matsumoto, autor al que se le conoce por bombazos como Ping Pong o Tekkonkinkreet, con la que conseguiría su primer Eisner. Siendo un cómic/manga tan intenso y excelente, este Sunny, cuesta pensar como pudo estar inédito en nuestro país durante más de cinco años, hasta que ECC Ediciones lo publicara por primera vez en 2015. Fueron seis tomos absolutamente demoledores que ahora vuelven a publicarse, de manera integral, en un solo volumen. Sunny es una de esas obras que deben estar en la estantería de cualquier aficionado al medio y que abren los ojos a los profanos sobre este noveno Arte y sus posibilidades.

Regresamos al autor, Taiyô Matsumoto. Reconocido por su estilo de dibujo extraño y en apariencia descuidado, que en realidad encierra un sin fin de detalles. Observado con cuidado, lo que parece caótico no lo es y consigue atrapar con su arte auténticos momentos congelados en el tiempo. Para ello se ayuda también de la escritura y en muchas ocasiones encontramos lugares repletos de gente, hablando varios al mismo tiempo y en conversaciones distintas, mientras en la TV los comentaristas narran un combate de lucha libre. Un «sin Dios» que, observado con detenimiento y calma, se traduce en un retrato perfecto que cuenta y detalla muchas cosas a la vez.

Visualmente está más cercano al cómic underground americano o europeo que al manga más convencional, sin duda influenciado por el cómic que descubrió en sus viajes a occidente. Esa influencia ha sido determinante para el trazo y la manera de narrar que tiene Matsumoto.

Pero en esta obra, en concreto, hay mucho más. No nos habla de personajes ni lugares ficticios, sino de un pasado agrio que le tocó vivir. Se trasluce el dolor, el sentimiento de abandono, el desamparo, así como cada momento de alegría, porque el autor lo vivió en su infancia y lo lleva dentro, a fuego, parte inseparable que le ha marcado.

Sunny nos habla de un orfanato llamado Los Niños de la Estrellas. Allí viven los «niños sin casa», como ellos mismo se denominan, tutelados por una pareja de cuidadores y por el anciano dueño del lugar. De vez en cuando reciben la visita de un antiguo niño que allí vivió, ahora adulto, que realiza tareas de ayuda. Pero el nucleo y lo importante aquí son los niños y niñas.

Tenemos a Sei, que acaba de llegar y está convencido de que su madre pasará a buscarlo en cualquier momento. Al rebelde Haruo, con su padre alcohólico y su madre ausente. A Taro, que se pasa la vida en su mundo, cantando o cogiendo carpas del estanque. A Megumu cuyos padres fallecieron y no quiere irse a vivir con sus tíos, unos extraños en realidad. A Junsuke y su hermano pequeño obsesionado con los tréboles que llevan a su madre hospitalizada para que se recupere. A Kenji, al que llaman el vicioso, el mayor de todos que ya gana unos yenes repartiéndo periódicos… Y más, niños y niñas que viven su día a día ante nosotros, retratados en viñetas peculiares cargadas de Arte y mucho sentimiento.

En las casi mil trescientas páginas que conforman este voluminoso ejemplar asistimos a episodios de todo tipo en la vida cotidiana de los pequeños. Somos testigos de sus pocas alegrías y de sus muchas decepciones, de como se comparan con los otros compañeros de colegio con sus mochilas nuevas y sus caprichos más básicos cubiertos. Ellos no han tenido la culpa de vivir en una casa de acogida, que no es su casa, y manifiestan esa frustración y dolor de las maneras que un niño es capaz: adoptando una rana y volcándo en ella todo el cariño y la esperanza que le falta… revelándose contra todo y contra todos… haciéndose las duras o las niñas más insensibles del mundo… cuando en realidad solo son víctimas de padres y madres a veces desconsiderados y egoístas, a veces también víctimas de una forma de vida que arrolla al que se descuida solo un poquito.

Al principio, la lectura de Sunny es exigente. Podemos sentirnos superados por tanta información y tantos personajes, niños y niñas que corren y gritan, adultos que mandan, compañeros de cole, vecinos… un «ecosistema» que ya está funcionando a pleno rendimiento cuando nosotros empezamos la lectura. Pero poco a poco los iremos conociendo a todos y cada uno, a sus formas de actuar y de sentir… hasta acabar encariñándonos con unos personajes que parecen de carne y hueso. Unos jóvenes protagonistas que van a quedar indelebles en nuestra memoria como lector. Y al acabar el grueso tomo, tendremos la sensación de que hay mucho que se nos ha escapado, animándonos a retomar la lectura en otro momento y volver a encontrarnos con esta peculiar familia forzada. Una segunda lectura en la que ya formamos un poquito parte de ellos (o ellos de nosotros) y sin duda viviremos cada suceso con, si cabe, todavía más emoción e intensidad.

Sunny es el modelo de coche que tienen, inservible y averiado, en el solar del orfanato. Es el patio de recreo de los niños, que fantasean con conducir en carreras y persecuciones, pero también es su refugio. Allí pueden ser lo que en realidad no son, héroes o aventureros, amantes o damiselas, la válvula de escape a la dura realidad.

Todavía conmueve más saber que Matsumoto vivió algo parecido en su infancia. Seguramente por eso el cómic traspasa con tanta fuerza de las páginas al lector. Pero haberlo vivido no es suficiente para firmar una obra así: hace falta un talento especial para la narrativa escrita y dibujada. Es una de esas obras que trasciende el género, da igual si sueles leer cómics o no, porque Sunny te va a llegar muy hondo.

Giacco

Redactor jefe de las secciones de Cómics y Videojuegos, así como presentador de muchos de los programas de Hello Friki Podcast.

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