Críticas de cine

Crítica: «Todos tenemos un plan». No existe el plan perfecto

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Uno de los tantos debates que rodean al cine argentino de hoy es aquel acerca de qué rumbo deben tomar las producciones locales. Para muchos críticos, cineastas y espectadores, la cinematografía de este país debe respetar lo iniciado hace casi 15 años con la corriente del llamado Nuevo Cine Argentino, una serie de películas de un conjunto de cineastas muy jóvenes de carácter intimista y directamente enfocadas en el retrato de la idiosincrasia y las problemáticas de la juventud local. Tal es el caso de títulos ya icónicos como Pizza, Birra, Faso (1998), de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, Mundo Grúa (1999), de Pablo Trapero, La Ciénaga (2001), de Lucrecia Martel, y La Libertad (2001), de Lisandro Alonso.

Para muchos otros, son más efectivos aquellos filmes que explotan los géneros clásicos, con un formato más tradicional y que dialogan de forma contundente con el cine comercial hollywoodense. Son claros ejemplos las dos muy exitosas cintas del trágicamente desaparecido Fabián Bielinsky, Nueve Reinas (2000) y El Aura (2005), así como la obra de Juan José Campanella, entre la que se destaca El Secreto de sus Ojos (2009), ganadora del Oscar a Mejor Película Extranjera.

La taquilla le da la razón a este último grupo, pero los premios y la crítica internacional elogian los filmes del primero. Sea como sea, hay algo cierto y contundente. Luego de décadas de paupérrimas producciones con formato cuasi televisivo cuyo único logro era la subestimación del espectador, el cine argentino ha comenzado a transitar un camino de reconocimiento y fuerte aceptación a lo largo de todo el mundo.

En el caso de Todos Tenemos un Plan (2012), puede decirse que se encuentra en un lugar medio entre los dos puntos de vista mencionados anteriormente. En primer lugar, la cinta ha sido promocionada y vendida internacionalmente como una producción comercial muy importante, debido a la impronta que le han dado el protagónico de Viggo Mortensen en tanto estrella mundial y el hecho de que ha sido producida por las mismas personalidades detrás de El Secreto de sus Ojos. Pero, al mismo tiempo, el filme presenta un tratamiento que dialoga con cierto cine europeo y sobre todo con autores no tradicionales del Hollywood actual, como David Cronenberg.

Viggo Mortensen interpreta dos papeles en esta película, Agustín y Pedro, dos hermanos gemelos totalmente diferentes tanto en su forma de hablar como en su manera de vestir e incluso en los espacios que ocupan; el primero es un hombre de ciudad, mientras que el segundo vive al borde de un gran río en una localidad argentina alejada de la civilización. Un día, Pedro decide volver a la ciudad para buscar a su hermano. No lo motiva ninguna cuestión afectiva sino otro aspecto que es clave en la trama. Agustín, por su parte, y a pesar de tener una vida acomodada, está sumergido en una profunda crisis existencial, y ve la oportunidad de tomar el lugar de Pedro de forma de escapar del ajetreo de la vida cotidiana. Claro que no sabe que se dirige a enfrentar su propio pasado.

La transformación de Mortensen en dos personalidades en principio diferentes dentro de una misma película no es extraña en su filmografía. Ya pudimos advertir este proceder en grandes obras como A History of Violence (2005) o Eastern Promises (2007), ambas de Cronenberg, por cierto. Y en el caso de Todos Tenemos un Plan el desempeño del actor es aceptable, valiéndose de una pronunciación casi perfecta gracias a su enorme cultura general así como a una infancia transcurrida mayormente en la Argentina.

La directora debutante y también guionista Ana Piterbarg elabora un relato prolijo que se toma su tiempo para avanzar, y cuyo basamento fundamental son los pequeños gestos y miradas que conectan a los diferentes personajes. La fotografía es otro punto a favor del filme, en especial en lo que se refiere al trabajo con la luz y la niebla en los espacios más abiertos del Delta del Tigre, localidad argentina donde transcurre gran parte de la historia.

El problema mayor de Todos Tenemos un Plan se encuentra en su antagonista. Si bien desde el primer momento sabemos que el personaje de Adrián –un excelente y perturbador Daniel Fanego– tiene una personalidad fría y malvada, sólo lo vemos aparecer durante unos pocos minutos al comienzo y durante el desenlace, por lo que esa presencia se hace sentir poco y nada. No logra ejercer una fuerza lo suficientemente poderosa durante el segundo acto como para contrarrestar los esfuerzos de Agustín/Pedro. El filme parece seguir la tradición del guión clásico durante su primer tercio para luego abrir paso a una historia mucho más intimista, con climas más reposados que poco tienen que ver con la línea argumental inaugurada durante el primer acto. Es en aquellos momentos cuando la película cae en arenas movedizas que se van haciendo cada vez más densas hasta lograr el aburrimiento del espectador.

Todos Tenemos un Plan resulta fallida no por la historia que intenta relatar sino por la forma en que ésta es relatada. Luego de su visionado, sobreviene el sabor amargo de no poder decir con certeza la intención de la directora al encarar este cuento simple. Después de todo, no existe el plan perfecto.

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