Críticas de cine

Crítica: Buried (Enterrado). Poniendo tierra de por medio

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Original, claustrofóbica, inteligente y crítica.
 
Así es el nuevo trabajo del director español Rodrigo Cortés, “Buried” (“Enterrado”), el atrevido proyecto hispano-australiano, que cuenta con la única aparición directa del actor Ryan Reynolds y con la presencia de Ivana Miño por medio de un video. 
 
Unas cinco cajas de madera (cortadas desde diferentes ángulos para hacer posible el rodaje), un sinfín de llamadas telefónicas a contrarreloj, un lápiz, una linterna, un cipo y hasta una serpiente de cascabel (papelón el del bicho), hacen el resto.

Oscuridad. Unos cuantos jadeos que se convierten en alaridos, sofocados por la falta de oxígeno de un estrecho ataúd, que se ilumina a los pocos minutos. Y Ryan Reynolds hace acto de presencia, metido en la caja, sudoroso, sucio y enterrado.
 
El actor interpreta a Paul Conroy, un transportista estadounidense, que trabaja en Iraq llevando suministros con su furgón. Tras un tiroteo en una de las ciudades, Paul es secuestrado y enterrado en un ataúd a varios metros bajo tierra. 
 
Mediante un teléfono móvil (y otros tantos objetos propios de un Boy Scout), el protagonista deberá salir de la trampa en la que lo ha encerrado su secuestrador, y de la que los “heroicos” líderes de su propio país no parecen muy interesados en sacarlo.
 
Pero el tiempo corre, la batería se acaba…y también el oxígeno.
 
En noventa minutos que dura el largometraje, Rodrigo Cortés es capaz de conseguir muchas cosas.
 
Plasmar esa impotencia que hemos sentido todos, sin ir más lejos,  al buscar ayuda y escuchar ese frío robot del contestador automático que se muestra indiferente al otro lado de la línea. La lejanía de las conversaciones telefónicas, representada por la asfixiante metáfora de todos esos metros de arena entre el protagonista (o el espectador) y la realidad, el exterior. (Y es que el director no podía haber encontrado forma mejor de decir, que lo que los teléfonos ponen entre las personas es “tierra de por medio”).

 
Es capaz también de representar magistralmente lo que los ciudadanos de a pie somos para los peces gordos. Los políticos a los que alimentamos. Trozos de carne fácil e ignorante con los que comerciar, a los que hay que mantener callados y lejos de los medios de comunicación. El fomento del desconocimiento mediante la manipulación y la mentira. Mentira como la que vive nuestro protagonista hasta el mismísimo momento final de la historia.
 
Y todo esto, consiguiendo que los noventa minutos que dura la cinta (que muestra únicamente el interior de la caja de madera) corran asombrosamente rápido. Manteniendo el corazón del público encogido en un puño, incluso hasta después de haber acabado el film.
 
Porque cuando todo acaba, el impacto se hace presente en las caras de un público que apenas se atreve a respirar, casi como si cada uno de ellos se encontrase en la piel de Paul Conray.
 
En definitiva, una propuesta (de nuevo del cine español) tan original y novedosa como sobrecogedora.
 
Démosle un par de meses al cine estadounidense para plagiar la idea.

Marta C. Catalán

Foto, vídeo y gestión cultural. Aprendiendo a gestionar vías de escape al aburrimiento.

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