Críticas de cine

Crítica: «La invención de Hugo». Filmar y sufrir

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Hace unos meses, cuando se conoció la noticia de que Martin Scorsese adaptaría el libro La Invención de Hugo Cabret, de Brian Selznick, muchos se sorprendieron. Que el director de piezas tan violentas como Taxi Driver (1976), Raging Bull (1980) o Goodfellas (1990) decidiera llevar a la pantalla un cuento apuntado al público infantil generó bastante estupor. También era impresionante que eligiera rodarla en 3D, técnica a la que nunca había recurrido, aunque dicha herramienta también era adoptada por ese entonces por otros reconocidos directores, como Wim Wenders o Werner Herzog.

Pero Martin Scorsese no es director de cine sino que ES cine. Aún más, el ganador del Oscar por The Departed (2006) no sólo hace películas sino que es un ferviente defensor de la lucha por la concientización y defensa del patrimonio cultural cinematográfico, cualquiera sea su origen.

En este sentido, puede sonar hasta lógico que se haya inclinado por esta historia, dado que la misma se enfoca en una de las figuras más importantes que ha dado el cine, Georges Méliès, quien no sólo ha creado obras magistrales sino que en gran parte ha hecho al cine el espectáculo que es hoy. Ahora bien, Méliès es uno de los dos personajes principales de esta historia situada en la década de 1930. El otro protagonista de La Invención de Hugo (2011) es un huérfano que vive en la estación central de trenes de París. Hugo entablará una relación en principio conflictiva con Méliès, a quien se muestra como un viejo cascarrabias con una terrible visión del mundo. A partir del descubrimiento de un extraño aparato mecánico, ambos notarán que tienen algo en común, y el niño comenzará a acercarse cada vez más al legendario realizador.

Es difícil catalogar a La Invención de Hugo, porque no es un relato sobre la vida de Méliès ni tampoco se trata exclusivamente de un cuento infantil, a pesar de que el aparato comercial hollywoodense haya apuntado a ese segmento para publicitar la película.

Tampoco es fácil calificar al filme. Hay altibajos en lo narrativo, con escenas en las que se abusa del efecto cómico del slapstick y frases con varias cursilerías y sentimentalismos un tanto baratos. No hay un buen desarrollo de los personajes a pesar de la duración de la obra. Véanse si no los casos de Jude Law y Ray Winstone, quienes tienen papeles importantes pero cuyas apariciones se desvanecen en un pestañeo. Hay otros que parecen estar demás, como la pareja de ancianos, y alguno bastante desaprovechado, como el inspector interpretado por Sacha Baron Cohen.

En contraste, la calidad técnica es definitivamente impecable. El diseño de producción del gran Dante Ferretti y la fotografía del genial Robert Richardson, ambos habituales colaboradores de Scorsese, son insuperables. La música de Howard Shore, colaborador de David Cronenberg, también suma varios puntos al resultado final. Flaqueza narrativa y gran factura técnica. Dos atributos opuestos en un mismo filme.

Las contradicciones de La Invención de Hugo también alcanzan al mensaje final del filme. Es en esa ambigüedad donde la película expone una crudeza considerable. Porque La Invención de Hugo es probablemente una de las películas más pesimistas de la filmografía de Scorsese, e incluso, y sin temor de equivocarme, de la historia del cine.

Desde el comienzo, el filme nos sumerge en el mundo de las máquinas. Trenes, relojes, el cinematógrafo, claro, y el autómata descubierto por Hugo y su padre –un McGuffin tan enorme como la estación de trenes donde se desarrolla la historia. Todos estos son sistemas en los cuales cada parte es esencial para que el todo funcione correctamente. Pero también se nos plantea un conjunto de otro tipo de sistemas: la familia, el cuerpo y el alma. Y en estos tres casos, todos están dañados: Hugo no tiene familia; el Inspector tiene una pierna inutilizada luego de participar en la Primera Guerra Mundial; y el alma de Georges Méliès está incompleta porque ya no hay lugar para el cine, su gran pasión.

Lo interesante de la película es que no hay lugar para la reparación total de dichos sistemas. Hugo ya no recuperará a sus padres; la pierna del Inspector tiene una buena prótesis pero no le deja conseguir un buen trabajo más allá del que tiene; y Méliès, a pesar de su reconocimiento final, nunca volverá a filmar, es decir, nunca volverá a estar completo. Aún más, el final del filme entra en conflicto con la realidad misma, haciendo patente la idea de Méliès sobre los finales felices en el cine, lo cual no hace más que alimentar esa gran ambigüedad que es la película como un todo.

La Invención de Hugo no llega a ser el mejor título de Scorsese pero sí se parece mucho a un testamento fílmico. Por eso, y a pesar de varias fallas que para muchos pueden llegar a incidir sobre el producto final, es de visión obligatoria para los amantes del cine que se precien de serlo.

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